Por Rubén Gómez
En julio de 2018 Cristian Pity Álvarez, ex líder del grupo Viejas Locas fue acusado de asesinar a un vecino durante una pelea, supuestamente por drogas, en Villa Lugano. A Pity lo trasladaron desde la sede del programa de salud mental del penal federal de Ezeiza, donde estaba detenido, a un centro terapéutico de la localidad bonaerense de Castelar para hacer un tratamiento psiquiátrico.
Por entonces, Cristina Congiu, madre del músico, denunció que su hijo “sufrió un tremendo abandono de persona” mientras estuvo preso y que fue llevado al centro terapéutico de Castelar. Pity permaneció años alojado en la sede del Programa Interministerial de Salud Mental Argentino (Prisma), del Complejo Penitenciario de Ezeiza, por el crimen de Cristian Maximiliano Díaz.
Un seguidor le tomó una foto y la imagen se viralizó. Pero… ¿de qué habla la gente cuando lo ve a Pity? ¿De su recuperación? ¿Se pregunta si está haciendo música? ¿Se alegran por su lucha contra las drogas? NO. La sociedad más retrógrada aprovecha para hacer gala de su “gordoodio” o “gordofobia” para criticar su peso, su apariencia física y para burlarse de ese estado presente. Al igual que sucede con Chano Charpentier, quien prometió ante su público que dará pelea al flagelo de las drogas, parte de la sociedad lo somete al escarnio olvidándose que son personas que necesitan ayuda, acompañamiento y contención. Estas actitudes nos demuestran que no estamos preparados todavía para comprender a quienes sufren de adicciones.
Hay que aprender que “No se habla del cuerpo de otras personas”.