Un derroche de candidez y una impecable performance vocal le bastaron a la cantante y compositora inglesa Joss Stone para enamorar anoche a la audiencia que colmó el porteño estadio Luna Park, en un concierto en el que hizo gala de su reconocido soul, respetuoso de la tradición sonora pero con su impronta personal.
Con la excusa de presentar su nuevo disco “Never Forget My Love”, la gran voz blanca heredera del estilo Motown regresó a nuestro país y, como si hiciera falta, volvió a poner en juego todo su arsenal de seducción.
Gráciles movimientos; una voz potente pero cristalina, que no juega a romperse en su necesidad de transmitir el dolor tradicional del género, sino que apela más bien al dulce reproche; y una desbordante simpatía fueron los elementos sobre los que se apoyó esta artista para llenar de color el escenario.
Y entre grandes momentos vocales y un sinfín de mohines, Joss Stone logró con creces el objetivo de dejar en el público la sensación de estar frente a una de las mujeres más agradables que puedan existir.