El 21 de diciembre de 1988, inicio del verano alfonsinista final, Federico Moura dijo adiós. Su muerte cerró el último año distinguible de esa década, al menos en Argentina: la aparición de Menem hizo de 1989 más un aperitivo de los que serían los ’90 que el spin off de los ’80.
Un año antes, cuando descubrió que era portador de VIH y la época todavía no ofrecía soluciones alentadoras, Federico le encargó al artista plástico Eduardo Costa (autor del hit “Luna de miel en la mano”, del legendario disco Locura) una letra que pudiera enmascarar la inevitable despedida. Así salió “Encuentro en el río”, grabada justamente en Río de Janeiro (como todo Superficies de placer, último álbum de Virus con Federico), y en la que el cantante postuló un propósito para su sobrevida: “Por los parlantes te iré a buscar”.
El repaso por la obra (y la impronta) de Federico Moura es un fetiche para un amplio abanico que va de críticos musicales hasta doctorandos de becas. El motivo es tan obvio como tentador: su multiplicidad de versiones más allá de los hits alienta numerosos enfoques. Su particular forma de cantar, el carisma y magnetismo sobre el escenario, su sexualidad como campo de batalla artístico-ideológica, la avidez por los viajes o su incorrección política durante la Dictadura y la primavera democrática son todos campos válidos para el abordaje. En una época donde mutaban tanto los modos culturales y como las narrativas sociales, Federico iba al fondo de los engranajes y ajustaba tornillos a su gusto.