“Mi nombre es Charly García y vivo en Nueva York. Son las tres de la tarde y el calor es infernal. El verano neoyorquino es muy denso. Supongo que ustedes querrán que yo hable de otra cosa y no del tiempo. Pero este es mi monólogo. De modo que lo voy a hacer como a mí se me dé la gana”, dice Charly en un largo soliloquio publicado por la revista La Semana el 8 de agosto de 1983.
“Estoy en un enorme loft. Así llaman aquí a los departamentos construidos en edificios que anteriormente fueron depósitos, fábricas o talleres. Obviamente, estoy en el Greenwich Village. No concibo vivir en Nueva York de otra manera. El lugar es por fuera lúgubre y por dentro muy cálido. Ha sido pintado, desde el techo hasta los pisos, en un blanco purísimo. Frente a los tres ventanales que dan a la calle Weverly están instalados los dos nuevos sintetizadores que me compré. Hacia el fondo —digamos, a espaldas de donde estoy sentado ahora, dictándole al grabador esta especie de carta abierta y a la distancia— se halla la cocina. Amplísima y con las ollas de cobre colgando del techo. En la otra punta del living —casi tan grande como una cancha de tenis— están los ventanales internos, y en un rincón, montones de plantas. Hay un letrero con recomendaciones en inglés sobre el cuidado de las plantas. Lo dejó la profesora de danzas que me alquiló el departamento. Todavía luce fresco. Es que me mudé hace dos días”.
A mediados de 1983, Charly García era la figura más importante del rock argentino. Cada movimiento del músico tenía un correlato en los medios especializados y también en revistas de actualidad como Gente, Siete Días o La Semana. Había despedido el turbulento 1982 con un concierto multitudinario en el estadio de Ferro Carril Oeste y ahora se disponía a trabajar en los temas de su segundo disco solista. La banda de sonido de Pubis angelical junto al disco de canciones de Yendo de la cama al living marcaron el lanzamiento de una carrera en solitario luego de más de diez años como parte de diferentes formaciones grupales. Justo cuando comenzaba la guerra de Malvinas, Charly recuperó algunos temas compuestos para Serú Girán y todos terminaron como banderas de un álbum sanador: Yendo de la cama achicó las distancias entre su pasado reciente y los tiempos venideros.
“Llegué a Nueva York hace dos meses. Vine a comprar nuevos instrumentos. Estuve diez días y me fui a Los Ángeles, donde están Pino Marrone, Pedro Aznar, Gustavo Santaolalla y otros músicos argentinos trabajando desde hace algún tiempo. Ahí me picó el bichito de quedarme a vivir una temporada en Estados Unidos. Y aquí estoy. Me moviliza el afán de participar, de integrarme a los movimientos artísticos de Nueva York. No por la vía de las grabadoras, sino tocando en pubs, con grupitos y esas cosas. En síntesis, vine a empezar de nuevo. Además, quería aislarme de lo que en Buenos Aires me estaba asfixiando. Porque los músicos que tienen algún suceso, como me pasó a mí, tienen dos opciones: o seguir a toda máquina, o cortarla y tratar de cambiar. Yo decidí cambiar, estar en un lugar donde nadie me conoce, donde puedo tocar gratis en una plaza si se me canta. Tengo un inmenso escenario a mi entera disposición, y todas las horas del día y de la noche. El escenario se llama Nueva York”.
Antes de viajar a Nueva York, Charly se enteró del fallecimiento de su padre, Carlos Jaime García Lange. La noticia lo sorprendió en San Pablo, en medio del registro de “Inconsciente colectivo”, una versión interpretada a dúo por Mercedes Sosa y Milton Nascimento para el álbum Mercedes Sosa 83. García oficiaba de productor, arreglador y también tocó el piano. La grabación se suspendió, Charly regresó a Buenos Aires y una vez más tuvo la compañía de Mercedes; la alianza Sosa-García funcionaba como un escudo de protección mutua.
“Yo quiero hacer la música que me sale del corazón. Y en Buenos Aires pretendían que me convirtiera en un hombre público, que hiciera declaraciones políticas a cada rato, que me jugara y dijera cosas que fueran vendibles para un diario o una revista”, dice Charly en el largo monólogo publicado en el citado semanario porteño. “Realmente, por eso estoy aquí. Quiero volver a hacer música de inspiración pura. Allá me chupaban más energía de la que recibía. Y eso nada tiene que ver con mi público. Los que me siguen saben que voy a volver con algo realmente bueno. Son los que escuchan mi música quienes saben que lo que yo brindo es un acto de amor y de comunicación”.
La carta abierta de Charly exponía un moderado entusiasmo frente al estado de situación que vivía el país. Unos meses antes, en abril de 1983, el último presidente de facto, Reynaldo Bignone, dictó el decreto por el cual se fijaba la fecha de elecciones para el 30 de octubre de ese año. Al mismo tiempo, ordenó la destrucción de la documentación existente sobre la detención, tortura y asesinato de los desaparecidos. No logró su cometido. A partir de ese momento, el país comenzó a moverse al ritmo de una nueva campaña política.
El cambio de aire que buscaba Charly García tenía el apoyo de Daniel Grinbank, su mánager desde los tiempos en que Serú Girán lanzó La grasa de las capitales (1979). El plan del productor empezó a cocinarse cuando se cruzó con Carlos Narea, mánager en España de Miguel Ríos, y el Mariscal Romero, popular conductor de radio y factótum del sello madrileño Chapa (Barón Rojo, Obus, Leño). “Ambos veían el talento local que teníamos, pero al mismo tiempo me remarcaban que los niveles de producción en estudio estaban por debajo de los estándares de España, que por entonces ya exportaban música al resto de Latinoamérica. Así que para entrar al mercado español como correspondía había que mejorar el sonido”, dice Grinbank. “Y, obviamente, Charly era el indicado para empezar esta etapa”, cuenta Daniel Grinbank en su biografía Te amo, te odio, dame más.
Fuente: Rolling Stone